La presión alta o excesiva es una mayor cantidad de aire dentro del neumático respecto a la establecida por el fabricante en función de la carga y velocidad del vehículo. A diferencia de los neumáticos con presión baja o insuficiente, una mayor presión no aumenta el consumo de combustible, pero tiene unos efectos muy negativos sobre el control y la estabilidad del vehículo, algo muy peligroso incluso a bajas velocidades.
La peligrosa moda de incrementar la presión para reducir el consumo de combustible y emisiones
Ya explicamos que si un neumático circula con presión baja o insuficiente, la resistencia a la rodadura asciende por el aumento de superficie de contacto con el suelo. El neumático tiene que realizar mayor esfuerzo para rodar, incrementando la actividad del motor y, por tanto, el consumo de carburante. Por el contrario, la resistencia a la rodadura disminuye al aumentar la presión, debido a que el neumático pierde contacto, reduciendo el consumo y las emisiones.
Modificar la presión del aire de los neumáticos para mejorar los resultados de consumo ha sido tan habitual en el mundo del motor que, en 2016, Mitsubishi tuvo que paralizar la fabricación de coches (algunos de ellos comercializados por Nissan) tras demostrarse que la firma falseaba los resultados de consumo de combustible de sus vehículos modificando la presión del aire de los neumáticos durante las pruebas.
El escándalo, de similares características que el dieselgate de Volskwagen, puso de moda circular con presiones altas o excesivas para ahorrar y contaminar menos, hasta el punto de que la Comisión de Fabricantes de Neumáticos se vio obligada a emitir un comunicado, advirtiendo de los graves efectos que para la seguridad vial podía tener “inflar” los neumáticos más de la cuenta.
Pérdida de agarre
La pérdida de agarre por presión alta o excesiva es consecuencia directa de la menor superficie de contacto entre la rueda y el asfalto. Esto afecta a las propiedades mecánicas del eje ruedas, siendo la pérdida de estabilidad la consecuencia más grave.
Cuánto menos agarre, el vehículo se “comporta” peor en curvas, por más que el coche disponga de sistema de control de estabilidad –existe un riesgo real de sobreviraje del eje trasero que puede terminar en un trompo en el peor de los casos–. Igual de peligroso puede resultar si el conductor se ve obligado a realizar una maniobra de esquiva, corriendo el riesgo de derrapar, perdiendo el control del vehículo.
Mala absorción de las irregularidades del suelo
Cuando el neumático está a demasiada presión, el caucho no flexiona de forma normal absorbiendo las irregularidades del terreno como debiera. El primer efecto negativo se percibe a nivel confort dado, que independientemente de amortiguadores, el neumático salta o “rebota”. A nivel seguridad es aún más peligroso, por el alto riesgo de reventón inesperado.
Además, la tensión y rigidez del neumático a presiones altas facilita que los flancos sufran más rozaduras y cortes en caso de roces o impactos con objetos o bordillos, aumentando aún más si cabe la posibilidad de reventón.
La prueba visible de la presión alta: desgaste acentuado de la zona central de contacto
Al revés de cuando se circula con presión baja –desgaste lateral más acusado que central–, en los casos de presión alta, como la superficie de contacto es menor, el desgaste es cóncavo, acusándose más en la parte central del neumático.
Comprobar la presión de los neumáticos es la medida de seguridad vial más barata y sencilla que tú mismo puedes realizar sobre tu vehículo. No la descuides.