La “inseguridad vial” del transporte público
Por Maite Cañamares
Un año colaborando en esta página y dos únicas entradas sobre seguridad vial en el transporte público. La primera: Consejos de seguridad en el transporte público, versión ajustada a recomendaciones oficiales; la segunda: Y en los taxis, ¿cómo viajan los niños?, un poco más crítica. Pero el “Gran Hermano” de esta página me sugiere retomar el tema del transporte regular de viajeros y encima me plantea una pregunta: “¿por qué circulan por la M·30 autobuses de la EMT a 90 km/H?”.
Con riesgo grande de poder errar, hasta donde he podido averiguar, los únicos autobuses que usan la M30 son las líneas 133, la 83 –entre la A-6 y Cardenal Herrera Oria– y la 125 para enlazar Arturo Soria con el Hospital Ramón y Cajal. Existe también otra línea, la 130, que circula por la M40 entre Vallecas y El Espinillo, en Villaverde Bajo. Imagino que en todos los casos usan estas vías de circulación porque, de lo contrario, sería imposible enlazar las zonas que comunican.
Respecto a la velocidad, el tema es más peliagudo: el límite de velocidad de los autobuses en zonas urbanas es de 50 km/h. Sin embargo, la EMT de Madrid afirma en su página de Facebook que su velocidad media anual en 2013 fue de 13,5 km/h dada la densidad del tráfico y el número de paradas a realizar. Por contra, el límite legal en autovías es de 80 km/h; pero los autobuses que cubren líneas como las anteriormente citadas llevan incorporados, según la propia EMT, limitadores a 70 km/h. Así que, con estos datos en la mano, la conclusión es que o mi jefe exagera, o la EMT miente.
¿Y a 70 km/h se puede viajar de pie?
Y es que desde mi humilde punto de vista el acento hay que ponerlo en que estos autobuses, en hora punta, van abarrotados de personas que viajan de pie –hasta 67 viajeros de pie admiten los autobuses más modernos–. ¡Y esto sí que es una aberración! Usuaria desde la cuna del transporte público, me eduqué al grito de “¡Agárrate a la barra!” de mi madre. Pero podría contar ciento y un anécdotas de caídas de personas u objetos rodando hasta el conductor ante un frenazo brusco. El 10% de las caídas que sufren los ancianos se producen en el transporte público. Según la DGT, en 2010 un 2% de las lesiones atendidas en urgencias hospitalarias madrileñas (1.235) se produjeron en el autobús. Y de éstas, el 80% de las heridas que sufrió el pasajero fue porque salió despedido.
Cierto es que como peino canas, los autobuses han mejorado mucho desde que mi madre me gritaba el “¡agárrate a la barra!”. Hoy disponen de plataforma central para personas de movilidad reducida y carritos de bebé, espacios específicos para transportar carros de la compra o maletas, un asiento –solo 1 por coche– para bebé de 0 a 4 años, suelos antideslizantes, más barras y asideros, etc., etc… El compromiso es ofrecer un servicio cada vez más funcional, seguro y de calidad. Y dado que la funcionalidad la mayoría de la veces entra en conflicto con la seguridad, pues hasta el mismo usuario prefiere viajar de pie por no esperar otra media hora otro autobús que, con toda probabilidad, también llegará lleno.
La propia DGT ha confesado en repetidas ocasiones que ni es un problema que tenga sobre la mesa, ni que tenga fácil solución. En resumen, que a mí no me queda más remedio que continuar la tradición familiar y el consejo/orden que recibe Lucía al subir al autobús es: “¡Agárrate!”
