Por Maite Cañamares
Imagina que un buen día decidiste apuntar a uno de tus hijos a una academia de inglés.
Imagina que la academia de referencia en el barrio está, qué suerte, en tu propia calle, justo en el bloque de enfrente
Imagina que tu hijo o hija solo tiene que cruzar la calle por el paso de peatones para acceder a la academia –un “de puerta a puerta” separado por una única calzada, supuestamente, en zona residencial–.
#miramosycruzamos*
Imagina que, a punto de cumplir 10 años, tu hijo o hija tiene la responsabilidad suficiente para hacer ese trayecto casa-academia, repito: consistente únicamente en cruzar ese paso de peatones.
Imagina que, con reservas, decides darle a tu hijo o hija la autonomía de ir solo a esa academia que está, vuelvo a repetir, en tu propia calle, pero en el bloque de enfrente.
(Vaya chorrada, ¿no? No lo creas así. Continúa leyendo, por favor).
Imagina ahora que los compañeros de tu hijo o hija no viven en la misma calle de la academia.
Imagina que a los compañeros de tu hijo o hija les llevan sus papás en coche a las clases de inglés.
Imagina que como no hay aparcamiento libre se empieza a hacer una segunda fila de coches y, cuando esta última está completamente ocupada, los coches empiezan a taponar entradas/salida de garajes y hasta el mismísimo paso de peatones.
Imagina que fueran de verdad solo 2 minutos los que estos papás tardan en dejar o recoger a los niños, pero imagina que es también durante esos mismos 2 minutos cuando tu hijo tiene que #mirarycruzar.
Imagina qué hace tu hijo o hijas cuando no se puede #mirarycruzar desde la acera porque hay uno o dos coches ocupando el paso de peatones y no ve al resto de coches que, con dificultades, circulan por el único carril libre que ha quedado en la calzada.
Imagina que, siendo imposible hacerlo por el paso de peatones, tu hijo o hija busca un hueco entre los coches parados en segunda fila para cruzar, aún siendo consciente de que es un riesgo irrumpir en la calzada entre dos vehículos.
¡No imagines más!
Ningún coche va a atropellar a tu hijo o hija mientras cruzaba indebidamente porque es imposible hacerlo por el paso de peatones: tú ya te has dado cuenta de que no te queda otra, dadas las puñeteras circunstancias, que llevarle o recogerle aunque la academia esté, ¡hay que jo…erse!, enfrente de tu casa.
Y si no te das cuenta tú, ya te lo hará ver el director de la academia: “Cómo se le ocurre que el niño venga solo con el tráfico que hay en esta calle”. (¿Tráfico? No me haga reír).
Los primeros días le pondrás cara de perro a los “estresados” papás que te obligan a cruzar con el niño o niña fuera del paso de peatones por culpa de sus coches, hasta puedes que te encares con algunos, aunque desde ya te digo que no merece la pena (en esta sociedad distópica son ellos y sus coches los que se creen defensores de la seguridad infantil en entornos escolares).
Eso sí, mira, mira y mira antes de cruzar, no sé si con tres veces será suficiente para compensar que vas a convertirte, y de paso convertir también a tu hijo, en un peatón imprudente que cruza por donde no debe. Por esos otros papás que durante “2 minutos” inutilizan el paso de peatones, uno de tantos en las entradas y salidas de colegios por los que los niños no pueden cruzar.
Nota de la autora:
*#MiramosyCruzamos y #CruzaEnVerde son los hashtag de una maravillosa campaña de educación vial puesta en marcha por la Asociación Nacional de Seguridad Infantil y Emergencias 112 con el objetivo de crear conciencia social de la importancia de cruzar debidamente las calles. Puedes obtener más información sobre la misma en https://www.seguridadinfantil.org/cruzaenverde
La campaña pone el foco también en las mamás y papás que, más o menos conscientemente, ponen en riesgo la seguridad de los compañeros de sus hijos estacionando sus vehículos –que no parando– donde hay hueco y cabe, aunque sea inutilizando un paso de peatones o sobre la misma acera. Esta temeridad –sí, he escrito conscientemente “temeridad”– constituye un verdadero peligro para los niños que acceden al colegio caminando, obligándoles en ocasiones a cruzar de forma indebida. Esta temeridad está también en el origen de que muchos centros escolares, lejos de intentar desarrollar caminos escolares seguros, estén prohibiendo que niños vayan y vuelvan solos del colegio, aún contando con la edad y responsabilidad suficiente para hacerlo. No hay colegios ubicados en calles peligrosas, son nuestros comportamientos los que convierten estas calles en puntos negros de atropellos.