Había una vez un cole donde, cada día, todos los pequeños animalitos del país del rey Melenao iban a estudiar. En el cole, Ramona, la maestra, una gallina pizpireta con sus anteojos redondos caídos sobre el pico, controlaba desde su mesa a todos los pequeñines que iban llegando.
Las mamás acompañaban a sus pequeños y, una vez los dejaban en el aula, se dirigían a sus labores habituales, unas a la oficina, otras volvían a casa a cuidar a otros hermanos más pequeños, algunas a los hospitales donde trabajaban como médicos o enfermeras.
También había algunos papás que llevaban a los niños, pero éstos eran menos.
Mamá Pata iba seguida de una fila de pequeños patitos de los que ella se mostraba muy orgullosa. Pero esta no era la única mamá que alardeaba de sus pequeños. Mamá Gata siempre estaba contando cómo sus gatitos eran los más listos de clase. Y es que para todas las mamás sus hijos son los más listos y guapos.
Muchos papás llevaban a sus hijos al cole en coche, aunque lo mejor y lo más habitual era hacer el camino andando. Así lo hacían muchas de las mamás y los pequeños aprovechaban para ir juntándose con sus amiguitos. Los padres que llegaban con coche dejaban a sus hijos y salían con muchas prisas. En cambio, los pequeños que llegaban andando podían ir hablando y jugando con sus amiguitos por el camino.
Era el último día de cole, comenzaba la Navidad. Mamá Gata comenzó a inflarse como una bola contando las buenas notas que había llevado su pequeño Félix:
–¡Un nueve en piano!
Pero Mamá Pata no se quedó atrás y le cortó diciendo:
–Pues mi Josefina ha sacado un 10 en natación; Román, un 9; y Adelfo es un experto en correr.
Entonces, Mamá Perro, que pasaba por allí, con sus tetitas llenas de leche a punto de reventar, mirándola por encima del hombro, pensó: “Se van a enterar éstas cuando llegue mi nueva camada”.
Una a una, las mamás y papás dejaban a sus pequeños e iban saliendo del colegio.
Papá Hipopótamo también llevaba a sus pequeños cada día, pero esa mañana iba muy retrasado. Así que salió de la laguna, cogió su furgoneta y, a toda velocidad, se dirigió al cole. Como era invierno, los cristales estaban con mucho hielo y apenas podía ver.
La Cebra, como cada mañana a la misma hora, comenzaba su trabajo. Posada sobre el frío asfalto, con sus rayas, indicaba por donde tenían que cruzar los más pequeños.
Pero Papá Hipopótamos, con su prisa y la poca visibilidad que tenía, no vio que la cebra se había extendido para que en ese momento pasaran mamá pato y sus patitos.
De repente, ya casi pisando las rayas de la cebra, una mariposa enorme aleteó en el cristal de la furgoneta quitando el hielo y haciendo que el hipopótamo diera una gran frenazo.
Mamá Pata, que había abierto sus alas para tapar a todos los patitos comenzó a gritar: “¡Estás loco, estás loco!”.
Los pequeños hipopótamos comenzaron a afear la conducta de su papá:
–¡Qué haces, papá! ¿No has visto el paso de cebra?
–Lo siento, lo siento –repetía el hipopótamos– Tenía los cristales empañados. No volverá a pasar.
Caín y Melva, que así se llamaban los pequeños hipopótamos, aprovecharon el frenazo para bajar de la furgoneta y cruzaron por el paso de cebra, diciendo adiós a su papá.
Éste arrancó, pero a los poco metros tuvo que volver a parar. Aquella mariposa que con sus alas había limpiado los cristales estaba ahora impidiéndole la visión.
Puso en marcha el limpiaparabrisas con intención de espantarla, pero la mariposa esquivaba la escobilla saltando.
–¿Qué haces ahí? –le preguntó el hipopótamo.
La mariposa se convirtió entonces en una joven con alas que le dijo:
–Recordarte que en invierno nunca se debe comenzar a conducir con los cristales empañados. ¿No lo sabías? Podías haber causado daño a algún pequeño.
–Lo siento, tengo mucha prisa, llego tarde al trabajo.
–Pues haberte levantado antes –le replicó el hada–. ¿Te imaginas si les pasa a tus pequeños?
–No volverá a suceder. Gracias a tus alas he podido ver y frenar a tiempo. Y tú, ¿de dónde has salido?
–Soy el hada Helena, tengo la misión de velar por los pequeños.
–Muchas gracias, ¿qué puedo hacer yo por ti?
–Por mi nada, por tus hijos, mucho. Piensa que ellos te quieren. Tú eres su ejemplo. Ellos observarán que no te saltas los semáforos ni los pasos de cebra, que no corres a más velocidad de la permitida, que respetas todas las señales y que no bebes si conduces.
Papá Hipopótamo bajó la mirada avergonzado, sabía que lo había hecho mal. Y cuando levantó la cabeza, no había rastro del hada. Miró a un lado y a otro y no la encontró. Sorprendido, reinició nuevamente la marcha, pero todo el día estuvo pensando en lo ocurrido.
Doña Ramona, que había observado todo lo que había pasado, decidió que aquel día, víspera de vacaciones, debían celebrarlo porque, por muy poquito, sus alumnos podrían haber sido menos.
–A ver, pequeños, hoy vamos a celebrar que es el último día del cole cantando villancicos. Félix, tu ponte al piano. Caín, coge tú la pandereta. Y el resto, a cantar.
“…Pero mira como beben los peces en el río, pero mira como beben por ver a Dios nacido. Beben y beben y vuelven a beber, los peces en el río por ver a Dios nacer…”.
Y así, felices, pasaron su último día de cole.
Queridos niños, cuando vayáis al cole, cruzad solo por el paso de peatones. Siempre de la mano de papá o mamá. Primero, mirad a un lado y a otro, y después cruzad con mucho cuidado. Y siempre, siguiendo las instrucciones del agente, si lo hubiera. Y en el coche, siempre con el cinturón puesto. Y recordad a mamá y papá que lo más importante es llegar.
Y colorín, colorado, este cuento de Navidad se ha acabado.
Flor Zapata Ruiz, madre del hada Helena.
Nota de la autora:
Melenao es un león de larga melena que reina el país de Melenao, rodeado de pequeños animales y con la ayuda de un hada, mariposa a veces, joven con alas y larga melena, otras, que se llama Helena y que llegó a este país después de perder la vida en un siniestro de tráfico producido por un conductor borracho.
El hada Helena se encarga de recoger y llevar al país del rey Melenao a aquellos niños que pierden la vida demasiado pronto, por diversos motivos, especialmente por siniestros de tráfico.
Algunas imágenes que acompañan este cuento son de autores desconocidos. Si su autor no está de acuerdo en su utilización, que me lo haga saber para eliminarlas inmediatamente. El resto de imágenes son de mi propiedad o son imágenes que otros niños han hecho para mí.
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Los cuentos del hada Helena son cuentos sobre seguridad vial o víctimas, especialmente de siniestros de tráfico.
Este cuento está escrito sin ánimo de lucro y con mucho ánimo de concienciación. Haced buen uso de él.
Todos los derecho son de su autora, Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.
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