La movilidad en general ha mejorado mucho en las últimas décadas, tanto en sus infraestructuras como en los medios de transporte. A excepción de en las ciudades, donde la concentración de la población, los diseños urbanísticos, la saturación del tráfico, la contaminación y la seguridad vial urbana continúan siendo problemas muy graves no resueltos. Muchos ayuntamientos se proponen declarar la “guerra” al coche particular, en favor de modos más sostenibles como caminar, bicicleta y transporte público, un reto que, a día de hoy, aún parece inalcanzable.
Madrid, 2015: 2,5 millones de desplazamientos diarios en vehículo privado, el 29% del total. En la capital, más grave que la movilidad, es el tema de la contaminación: el reto principal es reducir las emisiones de dióxido de carbono y para ello hay que “sacar” de la circulación a medio millón de coches cada día. Este plan de calidad del aire tiene que complementarse necesariamente con un plan de movilidad, repleto de medidas “anticoche” que favorezcan los desplazamientos a pie, en bicicleta o en transporte público. Y así, al mejorarse la movilidad, se aumenta considerablemente la seguridad vial, reduciéndose el número de siniestros viales y la gravedad de los mismos.
Citamos Madrid, pero el ejemplo serviría para cualquier gran capital de provincia. Cada ciudad aborda su problema de movilidad a nivel local, con planteamientos y enfoques distintos, aplicando recursos y adoptando medidas ajustadas a sus distintas particularidades: calles vetadas al tráfico rodado en centros históricos, zonas de aparcamiento regulado y construcción de parkings en periferias, mejor transporte público y más carriles bus, red de carriles bicis, ciclocalles y servicios públicos de bicicleta… Una a una, cada una de estas medidas van dando pequeños resultados, pero no tan importantes como para concluir que con ellas se está poniendo solución a la movilidad urbana.
El mismo espacio para los coches que para las personas
Que el vehículo se apoderó de las calles es un hecho indudable. Durante décadas, las políticas municipales se dirigieron a facilitar el tráfico motorizado. Proliferaron los scalestrix y se inventaron los pasos peatonales elevados y subterráneos, las aceras se redujeron a más de la mitad para ceder espacio a aparcamientos, se instalaron vallados para evitar el paso de los peatones que obligaban a rodeos inasumibles para cruzar al otro lado de la calle… La prioridad: facilitar la movilidad motorizada. Con un coche se podía llegar más lejos y en menos tiempo. Ese es el mensaje que caló, olvidándosenos que caminar es la forma más lógica para moverse en zonas urbanas. Que a donde por distancia no podíamos llegar andando, debíamos poder hacerlo en transporte público. En eso debía haberse centrado el esfuerzo y atención de los ayuntamientos.
En la actualidad nadie duda de que la movilidad peatonal es la más básica y natural de todas, por lo que facilitar los desplazamientos a pie o en bicicleta son objetivo de todos los planes de movilidad urbana. La primera medida de fondo a nivel nacional que debería prevalecer sobre cualquier plan de urbanismo local es que en las calles en las que existan tráficos segregados de peatones y coches, el espacio dedicado al tráfico motorizado (circulación y estacionamiento) nunca debería pasar de la mitad del total. Los vehículos nunca deberían ocupar más de la mitad de la superficie de ninguna calle. Esta medida la puso en marcha el ayuntamiento de Pontevedra a finales de los 90, logrando una modificación radical de la movilidad urbana, avalada por multitud de reconocimientos internacionales.
En Pontevedra, las calles que por ser tan estrechas no permitían aceras de 4 metros (2,5 m. totalmente libres de mobiliario urbano: farolas, papeleras, bancos, etc…) se han ido transformando paulatinamente en calles de plataforma única, con tráfico muy reducido y calmado, con preferencia peatonal. Esto tipo de calles aparecen por primera vez definidas y reguladas en el nuevo Reglamento General de Circulación, pendiente aún de aprobación, como “zonas de coexistencia compartida entre peatón, bicicleta y vehículo a motor”. Son calles diseñadas y acondicionadas “para favorecer el tránsito peatonal” y en donde los vehículos “no podrán circular a velocidad superior a 20 km/h”. El peatón tiene prioridad de paso en cualquier punto de la calzada y se reduce al mínimo la señalización horizontal y vertical.
Velocidad limitada a 30 km/h
Si el objetivo es la natural convivencia entre peatones, ciclistas y vehículos a motor es obligado el establecimiento de velocidades máximas moderadas en todos los ámbitos urbanos. Cada vez son más las ciudades que se suman a los 30 km/h en sus calles por tratarse de la velocidad más adecuada para reducir el número de siniestros viales –fundamentalmente atropellos– y, sobre todo, las consecuencias de los mismos. El nuevo Reglamento de Circulación introduce este límite de velocidad en muchas de las calles de las ciudades, estableciendo los 30 km/h en vías urbanas con un solo carril y sentido único o con un carril por sentido de circulación.
“Pero si la gente no respeta los 50, ¿cómo van a circular a 30?”. Este es el comentario más habitual cuando se habla de calles 30. Efectivamente, de nada sirve adoptar esta medida si no se garantiza su cumplimiento. Y la realidad ha demostrado que para garantizar estas velocidades moderadas los ayuntamientos han tenido que recurrir a elementos físicos de calmado de tráfico, como resaltos o badenes. Éstos, además, reducen la sensación subjetiva de inseguridad de los peatones.
Pese a las reticencias iniciales, la experiencia demuestra que la solución a la movilidad y seguridad vial urbana se basa en dar prioridad absoluta a la movilidad peatonal. Ayuntamientos como el de Irún o el de Pontevedra confirman que “priorizando a los peatones, el tráfico es más manejable, el transporte público deja de tener problemas y la movilidad ciclista se vuelve más cómoda coexistiendo sin problemas con el tráfico a motor”. Las distintas corporaciones locales tienen por delante un reto en materia de movilidad, a la que se podría contribuir y respaldar con la aprobación del nuevo Reglamento de Circulación.