Se reunieron en el bar de Plató
Benjamín, que era el más joven del grupo, con tan solo 28 años, llegó el primero con su Yamaha R1. Eran las 08:15 am. Ese sábado soleado comenzaba derritiendo la poca escarcha que quedaba sobre los bancos de aquella emblemática plaza del pueblo.
Con la llegada de la Honda VTR 1000 de Dionisio, todos los que tomaban el café matutino, quedaron alertados al quedar silenciados sus parlamentos por el sonido del escape de aquella “máquina perfecta”. Cuando entró en el bar, nadie le apercibió de lo temprano que era (por aquello del ruido estridente de la moto); aún silenciados, al verlo provisto de un mono negro flamante y ajustado que le permitía esgrimir su varonía. Los más ancianos corrigieron sus miradas hacia el infinito, quizás por recordar aquellos momentos de su juventud, también igualmente transgresores.
Por fin llegó Ciriaco, el de la Yamaha FZR, de 33 años –uno más que su predecesor de la quedada–. Entró rompiendo el silencio, cuando con aquella voz ronca y adulta copó el espectro, al decir: “Buenos días, señores…”.
A Jacinta, la cocinera, y a esas horas sirviendo los desayunos, le dedicó también unos “buenos días”; eso sí, más amigables. Desde detrás de la barra, aquella mujer aún agraciada por la belleza de la juventud que hacía tiempo dejó atrás, en actitud coquetona e inspirando más aire del necesario –que propició el alzamiento de sus impresionantes senos–, conjugó con su mirada aquella expresión connivente: “¿Lo de siempre, Ciriaco?”. Él le contestó: “Sí, pero no me pongas el sol y sombra, que hoy haremos muchas curvas…” Dionisio, sonriente, le refirió a Ciriaco: “Pues mira tu colega… El Benjamín, con ponche, para el frío”.
La mirada de Jacinta fue suficiente para incidir en la acción de Ciriaco. Éste, sin dejar de mirar sus ojos –puro desvelo, que todos en el pueblo sabían el secreto de un romance pasado entre los dos, aunque silenciado a fuerza por la diferencia de edad–, rodeó con sus brazos al del mono negro y al que dejaba sutilmente la media copa de licor dulce sobre la barra y los encaró a la pared del fondo del bar, en donde se enmarcaba una fotografía antigua, impresa en tamaño súper grande, a modo de decoración para armonizar lo rectangular del local.
En ella se consignaba la frase por la que se daba el nombre al bar, Platón, y que decía así:
“El hombre es un auriga que conduce un carro tirado por dos briosos caballos: el placer y el deber. El arte del auriga consiste en templar la fogosidad del corcel negro (placer) y acompasarlo con el blanco (deber) para correr sin perder el equilibrio”.
Platón, filósofo griego.
Benjamín, que a bote pronto no entendió lo pretendido por Ciriaco, alardeó de la capacidad sobre el dominio de su moto. Claro, una “señora R1” merecía mayor consideración, y continuó vociferando sobrados argumentos sobre su conducir.
Pero fue Dionisio –que adivinó su magnífica oportunidad para recobrar el prestigio perdido por aquel acelerón sin motivo alguno a la puerta del bar– el que realizó una pregunta a Benjamín, y así reconducir la situación: “¿Acaso piensas que hoy no vamos a cumplir las normas de tráfico?”. Y sin dejarle contestar, continuó preguntándole apresuradamente: “¿Qué el sábado que viene, tú no sales?”.
En una de las mesas se encontraba Demetrio, el mayor de los tres hermanos de Jacinta. El año pasado perdió a su hijo en un fatídico accidente de tráfico al adelantar a un tractor de labranza a la salida del pueblo. Este último giró repentinamente para entrar en la gasolinera y el hijo de Demetrio, que todos afirmaron iba a excesiva velocidad, quedó desintegrado entre los hierros de aquel apero agrícola.
Demetrio ya no era capaz de aguantar más en aquel recinto que para él era asfixiante. Se levantó de su silla y, a la altura del vociferante Benjamín, se paró y le miró a los ojos. Esos dos segundos silenciosos propiciaron el escalofrío en aquel chaval (por cierto, de la misma edad que su hijo), lleno de vida, lleno de ilusión, repleto de juventud.
Surgió una voz vibrante desde la caja torácica de Demetrio que impactó en Benjamín, en el grupo de moteros, así como en la clientela expectante que permanecía en el bar:
“Joven… –le dijo, para captar su tiento–. Le deseo que todos los sábados de lo que le quede por vivir, pueda gozar de su afición con el mismo ahínco que lo hará hoy. Pero sepa usted, que el gozo de los restantes sábados, le quedan comprometidos por lo que placee el presente”.
Paco Tortosa
Policía local y monitor de Educación Vial en Oliva, Valencia
Nota del autor:
Esta historia es tan real que sin ningún género de dudas podía haberse vivido en tu pueblo, o quizás, en el de al lado. Lo relatado aquella mañana, forma parte de tantas semejantes acciones que ocurren diariamente. No puedo decir lo mismo de la fotografía (Ohio, 1924). La obtuve de Internet por el procedimiento de copiar y pegar, pero la elegí por el significado de las miradas y las sensaciones de esos tres jóvenes, por el gozo y el placer en esa actividad conductora, por su plena actualidad y concordancia con la teoría homeostática del riesgo.
La educación vial “informal” se nutre de este tipo de acciones que, como las de Ciriaco o Demetrio, inciden en aquellos necesitados de tal transmisión de valores viales.
Necesitamos 1600 infinitas acciones multiplicadas por otras tantas de igual calibre. Haz propia esta historia, divúlgala, transmítela cotidianamente, haz con ella seguridad vial.
¡Ah! No hace falta que ensalces las bellezas de Jacinta…, aunque todo tiene su importancia relativa.
A todos los que ponéis empeño en los propósitos viales cada día:
Conducta responsable y precaución